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  • Foto del escritorJorge Peris

Omara Portuondo, 'La novia del filin', a sus 90 años

Entrevista para la Revista BOCAS, de Colombia, con Omara Portuondo, cantante cubana de son y boleros y antigua integrante de Buena Vista Social Club.


Festejó hace apenas unos meses su 90 cumpleaños, pero nadie lo diría. Baila, canta y se mueve como alguien de 50. O incluso de menos. Ríe, habla y se viste como una jovencita -no le faltan las chancletas, los vestidos coloridos y los pañuelos a juego en la cabeza-, y, según dice, está deseando que la pandemia del coronavirus dé, por fin, un pequeño respiro para salir de nuevo de gira. La infausta Covid-19 le obligó a posponer sin fecha su gira musical de despedida, bautizada como “El último beso”, y que le iba a llevar por Europa, Asia y Oceanía; aunque ahora, con la vacuna a punto de llegar, no para de ojear el calendario en busca de huecos para fijar sus actuaciones.

Arrancó bailando muy jovencita: con sólo 15 años ya brillaba en el famoso cabaret Tropicana de La Habana, y llegó a actuar, hace no mucho, junto a sus colegas de Buena Vista Social Club en la Casa Blanca, en una función privada para Barack Obama. Es Omara Portuondo Peláez, Omarita, ‘La novia del filin’, como también se la conoce.

Omara es uno de los tres hijos que tuvo un matrimonio que desafió las reglas y el racismo de los años 20 y 30 del siglo pasado: su madre, Esperanza Peláez, una mujer blanca de ascendencia española, se rebeló contra su familia ilustre y acomodada, que la quería casar con alguien de un ‘linaje’ similar, y se escapó con el hombre que amaba: Bartolomé Portuondo, un jugador de béisbol de raza negra e hijo de esclavos que, según los Peláez, no era digno de la mano de su hija.

El abuelo materno de Omara hizo lo imposible para frenar ese noviazgo prohibido que más tarde acabó en matrimonio. Le impidió ver a Bartolomé, pero como eso no frenó las ganas y los impulsos de Esperanza, no le quedó otra alternativa que enviarla a México con el objetivo de que olvidara al beisbolista, recondujera el rumbo de su corazón y aceptara, por fin, que lo mejor para ella -y para la familia- era que se casara con un miembro de una familia algo más digna.

El remedio no funcionó y Esperanza no tardó en regresar de México a Cuba en busca de Bartolomé con el firme deseo de casarse con él. Pese a la férrea oposición de los Peláez, que incluso amenazaron con desheredarla, la pareja acabó contrayendo matrimonio en secreto. La advertencia no sembró duda alguna en Esperanza, aún sabedora de que formar un hogar sin el sustento económico de sus pudientes familiares iba a resultar tarea complicada.

“El amor que se profesaban ellos era más fuerte que esa tragedia”, cuenta Omara con cierto desazón al recordar el racismo al que tuvo que hacer frente la familia Portuondo Peláez, puesto que en la Cuba de aquella época no estaban bien vistos los matrimonios mixtos. Y menos todavía cuando una de las partes tenía ascendencia de esclavos y la otra provenía de una familia española adinerada.

La menor de los tres hermanos Portuondo, una mujer “sana, sabrosa y cubana”, como ella misma se define, nació el 29 de octubre de 1930 en Centro Habana, un barrio popular de la capital de Cuba en el que las ceremonias religiosas afrocubanas están a la orden del día y no faltan los pregoneros populares dando sus sermones por esas calles tan coloridas como deterioradas.


“A menudo no teníamos comida y nos alimentábamos como podíamos, incluso con galleticas. Algunas veces mi mamá iba a casa de mi abuela a escondidas para que ella le sacara comida para mí y mis hermanos; y otras nos ayudaba un bodeguero amigo de mi madre, que nos regalaba galletas con agua y azúcar moreno. Comíamos como fuera”, recuerda.

Omara Portuondo es artista desde pequeñita. Brilló en el mencionado cabaret Tropicana, en el cuarteto Las d’Aida, junto a su hermana Haydée, Elena Burke y Moraima Secad -un grupo de mujeres que hacía furor en la noche de La Habana- y en la icónica banda Buena Vista Social Club, que a finales de la década de los 90 volvió a poner de moda el son cubano en el mundo y que se convirtió, de paso, en el primer grupo de Cuba en actuar en la Casa Blanca en más de 50 años. Este concierto privado para Obama tuvo lugar en octubre de 2015 y fue un reflejo claro del deshielo en las siempre tensas relaciones entre La Habana y Washington.


La han llamado ‘La novia del filin’, españolizando así la palabra inglesa feeling, una suerte de versión cubana de la bossa nova y el jazz; y también es conocida como ‘la diva de Buena Vista Social Club’ y como la ‘reina del bolero’, entre otros apodos, pero lo cierto es que Omara domina todos los géneros: desde el son a la guaracha, pasando por el mambo, el chachachá y el jazz. Tiene más de 45 discos a sus espaldas, entre grabaciones propias, colectivas y colaboraciones, y una vitrina en la que lucen unos cuantos premios Grammy Latinos.


Nunca pensé en marcharme de mi cuba. Jamás

Se considera “cubana hasta la médula” y, aunque evita hablar de política a toda costa, la realidad es que la Revolución Cubana y la relación entre la isla y Estados Unidos han marcado su carrera. Su álbum de debut, ‘Magia Negra’, se publicó en 1959, el año en el que Fidel Castro y el Che Guevara llegaron al poder; y la crisis de los misiles de octubre de 1962 le pilló de gira en Miami con Las d’Aida. Eso sí, la idea de abandonar la isla no estuvo nunca entre sus planes, y, tras ese incidente, no tardó en regresar a su patria: “Muchos artistas se marcharon de Cuba en esa época y dejaron el país, y había que llenar aquel hueco”, rememora.


Omara Portuondo atendió a BOCAS poco después de su nonagésimo cumpleaños, en una correspondencia virtual tan propia de este año marcado por la pandemia, la incertidumbre y la ausencia de contacto directo. Responde abiertamente y con espontaneidad todas las preguntas. O la mayoría de ellas, ya que prefiere evitar algunas cuestiones sobre política que, en un país como Cuba, podrían considerarse espinosas.

Comencemos hablando de su juventud. Usted viene de una familia ilustre y, en la sociedad de entonces, de su madre se esperaba que contrajera matrimonio con un hombre de otra familia ilustre. Sin embargo, ella decidió escaparse con un jugador de béisbol. ¿Cómo fue esa huida? ¿Qué dijo su familia al respecto?

Mi madre, que se llamaba Esperanza Peláez, era una señora blanca, hija de españoles, pero nacida en Cuba porque mi abuelo era militar, y él con su familia emigraron acá. Su familia se dio cuenta de que ella estaba enamorada de mi padre, un hombre negro jugador de béisbol, y la mandaron a México para que no se casara con él. Por cuestiones de herencia, ellos querían que mi madre se casara con un miembro del linaje Peláez. Sin embargo, ella se enamoró de mi papá, y el amor entre ellos fue más fuerte, a pesar de las circunstancias. Al final, al regresar ella de Cuba, decidieron casarse y crear una familia, por lo que podemos decir que ganó el amor.


¿Cómo fue su infancia en Cuba? ¿Tenían de todo, por decirlo así, o sintió que le faltaron cosas?

Mis padres, como le dije, se casaron sin el beneplácito de la familia, ya que eran de distintas clases sociales, y mi familia materna no quería que eso ocurriera. Tal fue la disputa que desheredaron a mi madre, fíjese. Ella iba a su casa a escondidas para que mi abuela le sacara comida para mí y para mis hermanos. Pese a eso, la verdad es que tuve una infancia muy linda; tengo muchos recuerdos y muy bonitos. Recuerdo mi casa, que era muy pequeña y tenía una sala y dos cuartos pequeños y una parte de atrás donde estábamos mucho tiempo con mi hermana, Haydée. Mientras mi mamá cocinaba, recuerdo que mi papá ponía música y todos cantábamos juntos.

¿Cómo empezó en esto de la música? Despuntó desde muy jovencita.

En mi casa se escuchaba mucha, mucha música, y tengo gratos recuerdos de cantar junto a mi papá. Él me decía: “Omarita, canta esta melodía”, y era la canción de ‘Veinte años’. Esa es la canción que me recuerda a mi familia, la que me recuerda ese tiempo en que la cantaba con mi papá, y me emociono al recordarlo. Le cuento que yo no tuve nunca formación académica, ¿eh?, no estudié música, pero la naturaleza nos enseña y a mí me dio un buen oído para ella.

A los 15 años entró en el famoso cabaret Tropicana casi por accidente, cuando su hermana Haydée era bailarina allá.

Mi hermana Haydée bailaba allí y tenía un grupo: ‘La Mulata de Fuego’. Yo iba a los ensayos para estar con ella, y un par de días antes de arrancar una función, una muchacha de las que estaban en el grupo no se atrevió a hacerlo. Yo creo que quería hacerlo, pero que no podía porque no tenía oído rítmico, ni memoria coreográfica… Así que, de repente, vino Estela, la manager, y me invitó a bailar porque mi hermana le había dicho que yo era capaz de hacerlo y que me sabía todos los pasos. Lo hablamos en casa con mi familia y mi mamá me apoyó, me convenció, de hecho. A mí lo que más preocupación me daba era que se me vieran los muslos, no quería enseñar las piernas… pero al final lo hice y salió todo bien.

¿Cómo llegó al éxito con el cuarteto de ‘Las d’Aida’?

Elena Burke cantaba en un cuarteto en esa época del ‘filin’; cantaba con un compositor cubano que se llamaba Orlando de la Rosa. Le dijo a él que probara conmigo para que yo pudiera formar parte de ese grupo, y tras una prueba de una canción entré a formar parte de él. Después de una gira por Estados Unidos y de varias cosas que sucedieron, junto a Elena decidimos formar un cuarteto en el que estaban también mi hermana Haydée.


Años más tarde, en su debut en la radio la anunciaron como Omara Brown, aunque más tarde la apodaron ‘La novia del Filin’ -interpretación españolizada de la palabra ‘feeling’-, y al final acabó quedándose con su nombre: Omara Portuondo. ¿Alguien la conoce todavía como Omara Brown o como ‘La novia del Filin’?

Así es como me presentaron en la radio, es verdad, como Omara Brown (risas), y fíjese que con todos los años que han pasado aún no he formalizado la relación con el señor Brown (risas). La primera vez que me dijeron lo de ‘La Novia del filin’ fue cuando fui con los Loquibamba a la radio; el locutor, Manolo, me apodó así, y a mí me encantó.



Cambiemos de tema, hablemos de la Revolución Cubana: ¿dónde le agarró? Si no me equivoco, por aquel entonces tenía 29 años.

Pues, si no me falla la memoria, coincidió con mi debut como solista con mi disco ‘Magia Negra’, que luego fue reeditado. En ese momento yo compaginaba también actuaciones con ‘Las D’Aida’ y tuvimos que regresar a Cuba por la crisis de los misiles, porque nos agarró en Miami de gira.

¿Cómo vivió Omara Portuondo, una cantante que no había llegado a la treintena, esa crisis de los misiles con EE.UU.?

A nivel profesional fue una etapa en la que tuve mucha actividad, pues estaba en el cuarteto ‘Las d’Aida’. Fueron años muy activos, aunque no hubo lugar a muchas giras. Pero sí pude cantar con grandes voces como Benny Moré, Rita Montaner o Nat King Cole. Eso sí, esa crisis la sufrimos mucho, con la escasez de productos básicos. Fueron años difíciles, con los Estados Unidos presionando a Cuba. Y la música también sufrió.

¿Le interesaba a la Omara Portuondo de 29 años la política, la Revolución Cubana, o sólo se centraba en la música?

Soy una persona que ha dedicado su vida a la música y al arte. Desde mi infancia, aunque no tuviera formación académica, siempre he tenido mucho interés y un don por la música y por el baile. He centrado mi trabajo y condición como artista humildemente, y con un profundo orgullo represento a Cuba y su cultura por el mundo. Muchas veces, en mi viajes o bien en encuentros por la prensa, me han preguntado si soy, o incluso me han llamado, embajadora de la música cubana. Como puede imaginarse, que digan algo así es un orgullo tremendo, pero también produce mucho respeto porque llevo a Cuba en el corazón. En resumen, prefería centrarme en lo mío, que era la música.

¿Cómo era la vida de una cantante en la Cuba de aquellos años?

Yo los dediqué a trabajar con el cuarteto hasta 1967, creo recordar; y luego pasé otra vez a mi carrera como solista. Fue una época en la que muchos artistas se marcharon de Cuba y dejaron el país, y había que llenar aquel hueco. Fue el momento de la aparición de nuevas escuelas de arte y música.

¿Pensó algún momento en dejar Cuba, como hicieron tantos otros artistas como Bebo Valdés, Arturo Sandoval o, incluso, su hermana Haydée?

Nunca pensé en marcharme de mi Cuba. Jamás. Mi casa y mi familia estaban y están en Cuba. Otros lo hicieron (huir) y cada cual hace lo que cree oportuno. Cuba es mi país, mi pueblo, y acá me tratan con cariño.


A Fidel Castro, dicen, le gustaba el son y la salsa. ¿Lo conoció? He leído que incluso la escuchó cantar.

Tuve la oportunidad de conocerle, sí. Recuerdo una ocasión que iba en un tren hacia Santiago de Cuba, a los carnavales, precisamente, y no había asientos libres y pasó un hombre con un biberón de leche en la mano, y una de las dos amigas con las que iba me dijo: “Mira, ese es Fidel”. Fidel le iba a llevar la leche a su niño. Esa fue una de las primeras impresiones que tuve de él y pensé: “Pero bueno, si es un ser humano como todos nosotros”.


¿Cómo era Fidel? ¿Qué es lo que más recuerda de él?

Participé en el concierto de sus 90 años y fue algo tremendamente emocionante. Lo conocí cuando todavía estudiaba en la universidad. Me impresionaba que era un ser humano como cualquiera de nosotros. Como persona era un tipo normal, como tú y como yo, como los demás.


Llegó a decir que lo que hacía Fidel Castro era “en bien de la Humanidad”. ¿Piensa todavía así y qué opina de los que lo critican?

Esa es una pregunta que es mejor que se la haga al pueblo cubano y que sean ellos los que le den la respuesta. Usted siempre escuchará opiniones diferentes, ya que todos somos diferentes. Habrá quien lo critique y quien lo apoye.


¿Dónde estaba cuando murió el líder de la Revolución y qué recuerda de ese suceso tan traumático para un país como Cuba?

Estaba en Cuba, eso es seguro, aunque no recuerdo con exactitud todos los detalles para cuando falleció. Fue un momento muy triste, eso sí se lo puedo decir.



Una de las versiones del tema ‘Hasta siempre, Comandante’ que más éxito ha tenido es la que grabó con Buena Vista Social Club. Siempre ha defendido al Che Guevara, pero, ¿le llegó a conocer?

Sí, es un tema muy bonito que recuerdo que grabé con Buena Vista. Me alegro de que guste tanto. Me temo que no conocí personalmente al Che, aunque sí me hubiera gustado.

Sé que, siempre que puede, evita hablar de política, aunque sí le interesa. ¿Qué le pareció el acercamiento de la administración Obama a Cuba y la posterior llegada al poder de Donald Trump en Estados Unidos?

Yo soy artista y las cuestiones políticas prefiero dejárselas a los políticos.

Muchos hablan de la Cuba comunista y critican el régimen, pero no son tantos los que lo conocen y lo han vivido en primera persona. ¿Cómo era su vida allá y cómo es su vida en Cuba a día de hoy?

Mi vida, como le digo, sigue siendo muy parecida en todos estos años. Tengo a mi familia y amigos cerca, que es lo más importante.

El mundo parece que está girando ostensiblemente a la derecha, y cada vez más se pone al socialismo y al comunismo como ejemplos a no seguir.

Creo que la crispación, el enfado y la bronca es algo tremendamente peligroso. Tenemos que respetarnos y conversar mucho, encontrar el acuerdo entre todos. ¡Hay que cantar! La música nos ayuda a entender muchas cosas, a sentir y a emocionarse.

Con la orquesta ‘Las d’Aida’ llegó a compartir escenario con artistas de la talla de Nat King Cole, Édith Piaf, Benny Moré o Rita Montaner. ¿Se imaginó que años después iban a ser otros los que ansiaban hacerlo con usted?

Ese fue el momento en el que todos los artistas internacionales venían a Cuba y cantaban en el Tropicana. Allí tuvimos la suerte de hacerles los coros a grandes artistas como los que me mencionó. Y aún hoy tengo muy bellos recuerdos de esas noches. Se me eriza la piel al recordar la intensa voz de Nat King Cole, quien, me acuerdo, se tomaba un buen trago de whisky antes de subir al escenario. Qué voz tan hermosa.


Hablemos de Buena Vista Social Club. Hay muy poca gente, por no decir casi nadie, que no haya oído hablar del famoso club social de Buena Vista, sobre todo después del documental de Wim Wenders de 1999. Pero, ¿cómo llegó Omara Portuondo a BVSC y qué significó para ella estar en la banda?

Fue un grato regalo en mi carrera musical. Algo improvisado, eso sí. Todo empieza con el disco fallido en el que buscaban juntar artistas cubanos y africanos… Como ese proyecto no prosperó por cuestiones burocráticas, invitaron a Compay Segundo, a Ibrahim Ferrer y a Eliades Ochoa a grabar un disco. Me enteré de que estaban buscando una voz femenina y, curiosamente, estábamos en el mismo estudio de grabación, pero yo grabando unas voces en un disco mío. Juan de Marcos, que trabajaba en la producción, me invitó a subir a grabar y canté ‘Veinte años’, mi canción, junto a Compay. La verdad es que fue una sorpresa encontrarme con todos ellos allá; hacía muchos años que no veía a Ibrahim. Fue un lindo reencuentro de buenos amigos. En fin, pensé que ahí se quedaba la cosa...y mira tú, ahora estamos celebrando 25 años del proyecto.


Con Ibrahim Ferrer, Eliades Ochoa, ‘Cachaíto’ López y con el propio Compay Segundo llegó a actuar en el icónico Carnegie Hall de Nueva York. ¿Alguna vez pensó que iban a llegar tan lejos?

Creo que si le hace esa misma pregunta a cualquier integrante del grupo le contestará lo mismo que le voy a decir yo ahora: ninguno de nosotros pensó jamás que el proyecto se iba a convertir en un éxito mundial y que nuestra música iba a sonar en casi todos los rincones del mundo. Recuerdo con mucho cariño la enorme ovación que se llevó mi querido Rubén González esa noche. Bueno, en realidad, fue una noche muy especial para todos.

¿Cómo cambió su vida tras el boom de Buena Vista Social Club? ¿A qué se debió, cree, ese éxito tan rotundo?

Si le soy sincera, yo sigo siendo la misma Omara Portuondo; sigo viviendo en la misma casa y sigo con mi familia y amigos. No he cambiado. Sobre el éxito le podría decir que esa es una pregunta que todavía me hago a día de hoy. Le soy honesta y le puedo decir que ninguno de los integrantes del grupo hubiéramos imaginado tal éxito mundial. Puede ser la combinación del bolero y son cubano con el valor humano de cada intérprete… Fue un boom tremendo, y fue muy especial llevar la música tradicional cubana a todas las esquinas del mundo.


En 2015 visitó la Casa Blanca junto a sus compañeros de Buena Vista Social Club y dieron un concierto allá para Barack Obama al que, dicen, le gusta mucho su música. De hecho, intentó buscarla cuando estuvo de visita en Cuba.

Qué grato recuerdo. Estábamos todos muy nerviosos, ya que íbamos a representar a Cuba en la Casa Blanca. Todo el equipo, el presidente Obama y su vicepresidente (Joe) Biden fueron muy acogedores y simpáticos con todos nosotros.


Ha festejado su 90 cumpleaños. ¿Cómo se renuevan las ganas de seguir cantando y publicando discos?

¿90 años? ¡Yo tengo 15 años (risas)! Las ganas se renuevan solas. Ahora estoy grabando un disco nuevo, con bellísimas colaboraciones y canciones que llegan al alma.

Si no me equivoco, usted tenía de jovencita un carro Lada, el carro soviético por antonomasia. Y sé que le gustaba manejar sin zapatos. ¿Qué fue de ese Lada? ¿Y sigue manejando descalza, por cierto?

¿Cómo lo supiste? Fui chancletera y soy todavía chancletera (risas). Eso sí, ahora dejo que sean otros los me lleven donde quieran (risas). Nunca me gustaron los tacones, aunque tuve que usarlos, eso sí. Los saqué de mi vida en cuanto pude. Ahora uso chanclas, tengo decenas de ellas en todos los colores.


Dicen que no ensaya antes de dar un concierto, que nunca lo ha hecho. Es algo, cuanto menos, llamativo en una época en la que se controla hasta el último detalle.

La música se siente, la llevas en el corazón. Lo de no ensayar lo he hecho siempre, pero no es mérito sólo mío: he tenido la fortuna enorme de rodearme de grandes músicos e intérpretes, y ellos me dieron el espacio para cada interpretación.


¿Cómo y dónde ha pasado estos meses tan complicados y marcados por la pandemia del coronavirus? ¿Ha seguido algún protocolo especial?

Estuve siempre acompañada y muy bien cuidad por mi familia. He seguido todas las recomendaciones establecidas, pero también he podido mantenerme muy activa con mis proyectos personales. Estoy deseando volver a los escenarios, y lo haré en cuanto la situación lo permita. Me apena mucho ver lo que hemos sufrido todos con la pandemia.

¿Qué hará una vez pase la pandemia?

Cantar, cantar y cantar.

Echando la vista atrás, y poco tiempo después de cumplir 90 años, ¿hay algo de lo que se arrepienta en la vida?

Quizá siento el haber estado tanto tiempo lejos de mi familia durante las giras. Pero, pese a eso, me considero una mujer muy afortunada. Siempre digo que lo que me queda por vivir será en sonrisas y haciendo lo que más amo: cantar.


POR JORGE PERIS

FOTOS: JOHANN SAUTY

REVISTA BOCAS EDICIÓN 105 . ABRIL - MAYO DE 2021

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