Apasionado de la lectura y del fútbol, el escritor recibió a BOCAS en su casa en Londres.
Hanif Kureishi no tiene aspecto de escritor. Con su pelo canoso peinado hacia atrás y sus aires de seductor, este londinense de 61 años parece más un médico de una zona de clase alta de Londres, o un catedrático, que un novelista.
Criado en el Londres de los años sesenta del siglo pasado, ese periodo de hedonismo, optimismo y revolución cultural en el que, como contrapartida, surgieron en el Reino Unido los primeros partidos de extrema derecha, Kureishi (Bromley by Brompton, 1954) nunca se ha escondido al tratar el tema de la raza.
Si uno ha leído El buda de los suburbios (1990), su primera novela, uno se imagina a Hanif como el protagonista de la obra, Karim. Las vidas de ambos son prácticamente idénticas: hijos de padre inmigrante y madre inglesa que a los 18 años se mudan a Londres para escapar de su barrio en la periferia y vivir nuevas experiencias.
Desde que se dio a conocer con el guion de Mi hermosa lavandería (1985), el filme de su amigo Stephen Frears que le valió la nominación al Óscar, este novelista, autor teatral y guionista de maneras refinadas y marcado acento inglés de alta sociedad ha mostrado en todas sus obras una profunda y sincera preocupación por la sociedad de su tiempo. Nada retraído, amante de la conversación, y en general, bien dispuesto hacia las entrevistas periodísticas, Kureishi se ha convertido en una especie de conciencia de su tiempo y un lúcido analista de los avatares de la vida contemporánea en su país y en el mundo.
Apasionado de la lectura y del fútbol, del buen fútbol, según dice, y sobre todo del Manchester United, aunque este equipo le da más penas que alegrías últimamente, Kureishi recibe a BOCAS en su casa en Londres.
El escritor vive en el colorido barrio de Sheperd’s Bush, en el suroeste de la capital, una zona con una fuerte comunidad extranjera. Polacos, somalíes, sirios, libaneses, indios, iraníes, argelinos, afganos y marroquíes se entremezclan en sus calles con los ingleses.
A cinco minutos de la estación de metro, cerca del mercado de Shepherd’s Bush, inaugurado en 1914 y en el que en sus pasillos se pueden encontrar desde televisores hasta saris –el vestido tradicional indio–, pasando por ropa de segunda mano o comida de todas partes, está la casa de Kureishi.
Antes de llegar, tras doblar dos esquinas y enfilar la calle, en una hilera de casas victorianas de dos plantas y con jardín, me cruzo con familias enteras, gente paseando al perro y corredores, una población que aprovecha fuera las últimas horas de luz del día.
Toco el timbre y aparece Hanif Kureishi, vestido con zapatillas de andar por casa, pantalón deportivo y sudadera con capucha. Mientras me excuso por mi cuarto de hora de retraso me invita a pasar mientras me da un fuerte apretón de manos.
“Adelante, te estaba esperando. No te preocupes por el retraso. Justo acabo de poner el agua a calentar para el té. Tomás té, ¿verdad?”, me dice mientras da por sentado que sí lo tomo, y cierra la puerta principal tras de mí.
Es una casa de escritor. Se nota. Hay cientos de libros esparcidos por el salón, la cocina y las escaleras. Nos sentamos en la mesa de la cocina y comienza a liarse un cigarrillo hasta que suena el “click” de la kettle, la jarra eléctrica tan utilizada en el Reino Unido para calentar el agua.
Con su cigarrillo ya perfectamente enrollado y las tazas de té humeantes sobre la mesa, empezamos una charla que se prolongaría más de una hora, y en la que hablamos de su infancia en el Reino Unido, la figura de su padre, tan marcada en todas sus obras, su visión sobre la sociedad actual, el auge de la extrema derecha en Europa en los últimos años y, por supuesto, el fútbol, el único tema que parece arrancarle una sonrisa.
¿Cómo fue su infancia en el Londres de los sesenta y los setenta? ¿Cómo cree que ha cambiado la ciudad desde entonces?
Nací en Kent, en un pueblo que está a las afueras de Londres, más o menos a una hora de aquí. Me crié en la periferia, en una zona muy tranquila. La inmensa mayoría eran blancos, había muy pocos inmigrantes. En mi colegio, por ejemplo, yo era el único chico de color. Era la época de Enoch Powell, en la que empezaron a surgir muchos partidos políticos de extrema derecha, como el National Front. A los 18 años me fui a trabajar a King’s Road, al Royal Court Theatre, después me gradué y en cuanto volví al teatro empecé a escribir guiones de cine. Ahí fue cuando escribí Mi hermosa lavandería.
Entonces, como usted dice, fue cuando nacieron muchos grupos de ultraderecha. ¿Vivió usted en primera persona ese rechazo?
Escribí sobre ello en mi libro El buda de los suburbios. En esa época había muchos skinheads (cabezas rapadas); el sur de Londres era conflictivo. Sí que sentí cierto racismo, fueron momentos duros y complicados. Creo que intenté superarlo al convertirme en escritor y empezar a escribir sobre ello. Vi que nadie tocaba esos temas, la raza, la inmigración, y la llegada de personas de países colonizados como Bangladesh, India o Pakistán, de donde vino mi padre. Era una oportunidad única como escritor. La verdad es que tuve suerte, estaba en una situación de poder escribir de algo sobre lo que nadie había escrito.
¿Cómo fue la llegada de su padre a Inglaterra? ¿Fue él una persona clave a la hora de que usted empezara a escribir?
Mi padre llegó, conoció a mi madre, se enamoró y se quedó. Prefirió vivir aquí que en Bombay, que es una ciudad muy pobre, caótica y excesivamente cruel. Llegó a la periferia de Londres y vio que era un sitio calmado, organizado, en el que no había esa locura que hay en la India. Él quería ser escritor, la verdad es que escribía mucho. Pero fue un novelista fracasado; nunca consiguió vivir de la escritura y empezó a trabajar en la Embajada de Pakistán. Era un intelectual, leía mucho y muchas veces me dejaba sus libros. Ser escritor es algo que era natural para mí, estaba en los genes de mi familia. Muchos de mis tíos eran periodistas o escritores en India y Pakistán.
Imagino el cambio entre Bombay y Londres.
Bombay tiene una energía colorida maravillosa. Pero a mi padre le gustaba esto; aquí estaba seguro, era feliz. Aunque vivimos y sufrimos el racismo cuando estábamos creciendo. Sin embargo, cuando me mudé a Londres a los 18 años las cosas mejoraron mucho.
¿Cómo ve el crecimiento imparable de una ciudad como Londres, cada vez más cara y más dura? ¿Cree que es una ciudad vivible? ¿Humana?
En el barrio en el que vivo hay gente rica y pobre. Por un lado ves a somalíes, etíopes y polacos viviendo en casas de una sola habitación, y por el otro, ves casas como esta, que son propiedad de gente con dinero. En mi calle la mayoría son franceses, gente que pasa aquí unos días pero que no trabaja en Londres. Para los jóvenes es imposible vivir en esta ciudad, y es una pena. La clase media se está destruyendo.
¿Cómo es su relación ahora con Pakistán? ¿Va a menudo?
Fui a Pakistán hace dos años, en 2013. Estuve en Karachi viendo a mi familia. Pero aquel es un sitio tremendamente duro. Por la calle se ven muchas armas y muchos militares, hay mucho miedo. Ves por todas partes gente llevando fusiles AK-47; es un Estado sin ley, como el viejo oeste. Todos mis primos y la gente con la crecí, que tienen mi edad, que son doctores, abogados o que trabajan en cooperación, se han ido. Allí no queda nadie. Todos viven en Canadá, Reino Unido o Singapur. Si tienes estudios, ¿qué razón hay para quedarse allí? ¿Para criar a tus hijos allí? Es mejor irse a un sitio seguro y tranquilo. Allí, entre los talibanes, Al Qaeda y los grupos de religiosos locos es imposible.
¿Cómo es su día a día? ¿Qué le gusta hacer cuando no escribe?
Hago lo mismo todos los días: me despierto a las siete de la mañana y trabajo hasta la hora de comer. Luego, por las tardes, me suelo ver con periodistas o hago otras cosas. Antes venían mis hijos del colegio a las 15:00 o 16:00, pero ahora han crecido, así que por las tardes me veo con amigos, voy al cine o salgo a cenar. La verdad es que cada vez voy menos a Londres. Es una ciudad caótica, supongo que un poco como Bogotá. Para mí supone un gran esfuerzo ir al centro. Cuando era pequeño los barrios más céntricos de la ciudad eran los de Soho y King’s Road, ahora todo Londres se mueve en el este. Yo vivo de nuevo en la periferia y estoy feliz por ello, tengo a mis hijos cerca y ninguna necesidad de salir.
Este mes de enero vuelve a Cartagena: vuelve al Hay. Esta vez también estará Stephen Frears.
Voy con mi buen amigo Stephen (director de Mi hermosa lavandería). Estamos deseando ir. Además, después nos vamos a La Habana. Van a ser mis vacaciones de Navidad. Del Hay solo tengo recuerdos positivos. Me acuerdo del entusiasmo de la gente por la escritura. Cuando llegamos la gente se volvió loca, fue algo emocionante. En Londres a nadie le importa una mierda un escritor, pero allí no. Recuerdo el entusiasmo por escucharnos y por aprender sobre literatura. Además, me acuerdo mucho de mi primera vez, en la que también estaba Gabriel García Márquez. Fui y lo saludé, era un grandísimo escritor.
¿Tiene usted un autor favorito en inglés o en español?
La verdad es que leo a todos, de aquí y de allá. Cuando estoy en casa me siento, cojo un libro y me leo un par de páginas. Luego cojo otro y hago lo mismo. Estoy en un momento en el que leo de una forma mucho más aleatoria.
El diario The Times lo nombró a usted como uno de los 50 mejores escritores británicos desde 1945. ¿Presta atención a los elogios?
Desde luego que me gustan. Pero mañana me tengo que levantar a la misma hora de siempre y ponerme a escribir. Esas listas no me ayudan en mi día a día, pero tampoco me perjudican. Ser escritor es una profesión dura, pero se disfruta. A todos los artistas les pasa lo mismo.
¿Dónde encuentra la inspiración?
Escribir es mi pasión, me gusta hacerlo. Cuando me despierto por las mañanas lo primero que pienso es que quiero acabar la novela que estoy escribiendo. Puedo ir a un parque a leer el periódico a una cafetería a tomar algo, pero prefiero estar en casa y ponerme a escribir. Solo pienso en eso. Soy un privilegiado por trabajar en lo que más me gusta.
¿Tiene presión por las fechas de entrega de los libros o guiones en los que está trabajando?
Cuando mis tres hijos estaban en el colegio tenía mucha más presión que ahora. Tenía una presión de mierda para pagar las matrículas universitarias, la comida, sus libros, todo. Ahora ya no. Se quieren ir de viaje a Sudamérica, como hacen todos los jóvenes de clase media. Me siento más libre; ahora el hecho de escribir es algo que solo me importa a mí.
Usted ha dejado claro que lo suyo es la literatura, la novela, mucho más que el cine. Pero su relación con el cine, sobre todo como guionista, ha sido intensa y rica, y para muchos usted se dio a conocer con Mi hermosa lavandería. ¿Cómo es su relación con el cine como espectador? ¿Qué cine ve? ¿Qué películas le gustan?
Veo muchas películas, unas tres o cuatro a la semana. Pero..., o voy al cine o las veo en casa delante de la televisión tomando un vino. A mi novia le gustan los filmes de los años treinta y cuarenta, con Bette Davis, Joan Crawford, Billy Wilder... Las películas de art nouveau.
En 2015 se cumplieron 30 años del estreno de Mi hermosa lavandería. ¿Ha vuelto a ver la película?
No, ni la he visto ni quiero verla. No tengo ninguna intención de ver mis películas o de leer mis libros. ¿Por qué haría eso? Puede ser una experiencia terrible.
Además de libros, ¿lee usted los periódicos? ¿En qué formato? ¿Cree que el papel tiene futuro?
Leo todos los periódicos que puedo todos los días. Pero los leo en internet, nunca los compro. Los libros sí prefiero físicos, pero no los diarios. La portada de uno puede cambiar hasta diez veces en un día y no puedes comprarlos todos. En internet, en cambio, me los leo todos: Daily Mail, The Telegraph, The Guardian, The Independent, incluso, a veces, miro el Daily Express (periódico de derechas). Sé que es complicado, pero lo hago.
El Daily Express es bueno para la información deportiva. A usted le gusta el fútbol, ¿no?
Paso horas leyendo información deportiva, me encanta. Estoy preocupado por Louis van Gaal y el Manchester United. Me apasiona leer sobre José Mourinho, es una figura irrepetible. Me pregunto por qué el equipo está así de mal y miro a ver si los periodistas deportivos saben por qué es.
Ha dicho varias veces que hoy en día el racismo está más organizado. ¿Cómo ve el auge de los partidos de extrema derecha en Europa en los últimos años? En diciembre vimos cómo en las elecciones regionales francesas el Front National, el partido de Marine Le Pen, se afianzó como primera fuerza en Francia.
Nadie lo hubiera podido imaginar. En Francia, el país de la Ilustración, de los intelectuales, de la filosofía, de la libertad. Es algo terrorífico. La gente ve cómo su mundo está cambiando y se está haciendo cada vez más peligroso, no saben qué hacer y se van hacia la derecha. En Europa la gente está preocupada, sobre todo después de lo que ha pasado con el Estado Islámico. La respuesta hacia los musulmanes, asiáticos o gente de piel oscura ha sido tremendamente negativa. Este racismo que estamos viendo es diferente, viene cargado de mucho odio.
¿Cree que el racismo y la xenofobia han aumentado desde los ataques en París?
Es una mera excusa para decir que todos los musulmanes ponen bombas, nos odian y no son como nosotros. Todo esto también se ha dado por el fracaso de los partidos de izquierdas, el fracaso de una izquierda organizada. La gente tiene miedo. Los ataques en París generaron un miedo a la población. La verdad es que esta forma de religión extremista es terrorífica y muy muy peligrosa, y nadie sabe qué se puede hacer. Es un fascismo perverso muy raro. Puedo entender que busquen culpar a los inmigrantes o que piensen que los refugiados vayan a venir a nuestros países a inmolarse, pero la realidad es que vivimos en un mundo muy paranoico.
¿Se está terminando la multiculturalidad de la que tanto ha presumido Europa?
Londres nunca será una ciudad monocultural, ya que en una misma calle encuentras a turcos, chinos, pakistaníes y polacos. Esto es bonito. Y aquí nadie mata a su vecino. En el Reino Unido ha funcionado. Pero estamos volviendo poco a poco al racismo de las décadas de 1960 y 1970. La diferencia es que ahora está politizado, con partidos de extrema derecha. En el Reino Unido tenemos al UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido), pero es un partido triste, con una forma de fascismo patética. A su líder, Nigel Farage, nadie lo toma en serio y nunca va a ganar nada. En Francia, sin embargo, Marine Le Pen puede ganar perfectamente las próximas elecciones generales.
El pasado 7 de julio el Partido Conservador arrasó en las generales británicas, unas elecciones que a priori parecía que iban a ser más reñidas. ¿Es la sociedad del Reino Unido cada vez más conservadora?
Fue algo muy llamativo, ya que nadie esperaba una victoria por tanto margen. La sociedad británica siempre ha sido conservadora, pero no fascista. En el Reino Unido nunca hemos llegado a tener partidos fascistas, cosa que sí ha sucedido en Francia, Italia, España o Alemania. Somos un país conservador, a veces con una “c” pequeña y otras con una “c” más grande.
¿Qué les augura a los políticos de izquierdas que han surgido en los últimos años, como Jeremy Corbyn en el Reino Unido, Alexis Tsipras en Grecia o Pablo Iglesias en España?
Si son una moda, la verdad es que son una moda interesante. Soy admirador de Corbyn, me gustan sus ideas y creo que es bueno para la izquierda. Es un hombre de principios, pero no lo veo como primer ministro.
¿Cómo ha vivido los últimos golpes terroristas de inspiración islamista, tanto los que han sido reivindicados por el autodenominado Estado Islámico (ISIS) como los que no lo han sido, como el de San Bernardino, en California?
Desde los bombardeos en Siria las probabilidades de que haya más ataques de este tipo en Europa son cada vez más altas. No es difícil explotar una bomba en un metro, en un centro comercial o en plena calle. Es una nueva forma de terrorismo impredecible. Los servicios de inteligencia hacen lo que pueden, pero somos vulnerables. Estamos aterrorizados por el Estado Islámico.
Esto no parece tener fin. ¿Cree que tendremos que acostumbrarnos a sucesos como los de estas últimas semanas y meses, como algo consustancial a nuestra época?
Me temo que tendremos que seguir así. Recuerdo las bombas del 7 de julio de 2005 en Londres. Al día siguiente la gente fue a trabajar como si no hubiera pasado nada. Debemos intentar que no destruyan nuestra libertad, mantener nuestros valores y no dejar que tengamos una sociedad a la que estén siempre vigilando. Hemos luchado por estas libertades. Hay que buscar una forma entre medias para frenar al Estado Islámico.
¿Cree que la guerra es una forma de enfrentarse a ese terrorismo: la guerra en sus formas tradicionales, con soldados luchando sobre el terreno, o a distancia, usando la aviación, los bombardeos y los misiles?
La gente que sabe de esto ya ha dicho que los bombardeos no van a funcionar. El liberalismo es débil, se supone. Todos tenemos que dudar de todo, la ideología de la incertidumbre. A la gente joven le encantan las ideologías. En los sesenta mis amigos eran maoístas, trotskistas, miembros del Partido Comunista, del SWP (Partido Socialista de los Trabajadores) o del WRP (Partido Obrero Revolucionario); todos se preparaban para la revolución. Era algo admirable y terrible a la vez. Yo, sin embargo, soy escéptico. Critico todas las ideologías. Como escritor hay que ser crítico, escéptico, hacer preguntas, cuestionar todo. Siempre he estado en la izquierda, y ahora también, pero nunca como miembro de un partido.
¿Qué le parece la actitud de los países europeos en relación con las oleadas de refugiados e inmigrantes de estos últimos meses? ¿Cree que habría que establecer una división clara entre unos y otros, es decir, entre los solicitantes de asilo que proceden de países en guerra y los llamados inmigrantes económicos que llegan a Europa huyendo de la pobreza?
Todo esto viene de una guerra que inició Estados Unidos en Irak. Es el colapso de los regímenes y bla, bla, bla, toda esa mierda que sabe todo el mundo. Debemos ser condescendientes y recibirlos bien porque esta gente está jodida. Pero jodida de verdad. Tenemos suerte de no ser nosotros los que estamos ahí. Tú y yo tenemos suerte de vivir en Londres y no en Siria, si no a esta hora estaríamos camino de Suecia. En el oeste debemos hacer todo lo que podamos para ayudarlos. Si esto sigue así, Europa va a acabar convirtiéndose en un gueto. Fuera de la valla estarán los pobres y dentro los ricos. Los de dentro acabarán volviéndose paranoicos y llenos de odio, y pensarán que los de fuera vendrán a hacerse con nuestros trabajos y a follarse a nuestras mujeres. Necesitamos periodistas como tú, gente joven. En este país nadie va a escribir sobre eso; todos los medios de comunicación son derechas. Perteneces al Ministerio de Propaganda, amigo.
¿Cree justificados los temores a que con los refugiados o los inmigrantes lleguen a Europa los yihadistas?
Esto significa que todos deben someterse a exámenes, tomar sus huellas dactilares, etcétera, etcétera. Y eso es difícil de conseguir, pero no queda otra que hacerlo. No hay una solución sencilla, porque esta gente está jodida de verdad y tenemos que ayudarla.
Usted ha comentado alguna vez que la verdadera religión de estos tiempos es el neoliberalismo y la tiranía del imperio de las finanzas. ¿Qué futuro les ve a nuestras sociedades con el sistema actual, basado en la economía del consumo?
Tenemos que pelear por nuestros valores: la educación, el arte, la libertad, la salud gratuita, la privacidad. Debemos pelear de verdad por los valores liberales. Quizá los hemos olvidado, y eso es algo terrible. Ahora todas las respuestas ya están hechas para ti; para algunos es fantástico. El siglo XX está lleno de maoístas, marxistas, comunistas, fascistas..., gente a la que le encanta los sistemas totalitarios.
¿Cree que no se puede improvisar hoy en día?
Es muy complicado mantener algo con vida. Los llamados intelectuales estamos en medio del neoliberalismo y el fundamentalismo fascista. Tenemos que discutir, hablar, escribir, componer. Todo eso pese a que parece inútil.
¿Hay lugar para el optimismo? ¿Qué futuro imagina para sus nietos, aunque sus hijos son todavía jóvenes? (Tiene dos gemelos, de 21 años, y otro de 17).
Es una buena pregunta, pero, joder, es complicada. Si echo un vistazo atrás veo que crecí en un momento privilegiado, éramos libres y podíamos hacer todo lo que nos diera la puta gana. Entre las décadas de 1960 y 1970, hasta la llegada de Margaret Thatcher, teníamos mucha cultura y buena música. Quizá todo eso se ha acabado. Me gustaría ser más optimista.
¿Y es optimista?
Creo en la capacidad humana para amar, para el arte, la cultura, las relaciones humanas, para ser activo políticamente; hacer cosas que merezcan la pena. No creo que sean cosas fútiles. Si no, yo no escribiría libros. Sin embargo, para los jóvenes hoy todo está muy jodido. Hoy, paseando con mi novia, vi un anuncio en el que vendían una casa de dos habitaciones por esta zona. Costaba 1,5 millones de libras. Si uno de mis hijos quiere comprar una propiedad no va a poder. ¿De dónde cojones va a sacar él más de un millón de libras? Es un absurdo vivir en Londres, joder. Estoy muy preocupado por los jóvenes, ¿cómo van a sobrevivir? ¿Cómo van a encontrar trabajo?
Podría pensarse que, con el Estado de Bienestar, tras la Segunda Guerra Mundial, se iban a reducir las diferencias sociales, pero la brecha entre pobres y ricos aumenta, y el Reino Unido sigue siendo un país rígidamente fragmentado en clases sociales. ¿Cómo ve este asunto?
[Risas]. Es cierto, eso pensábamos, estábamos un poco locos entonces. En los años sesenta creímos que se habían terminado las clases sociales. Podías ser un chico pobre, pero acabar yendo a un buen colegio, luego a la Universidad de Cambridge y finalmente trabajar en la BBC. Y ahí seguir creciendo. Negros, pobres y mujeres podían hacer todos lo mismo. Sin embargo, ahora hay una clase súper rica y el resto se reparten las migajas. Uno de mis hijos dejó de estudiar y trabajaba en bares ganando seis libras la hora. Trabajaba todo el día para ganar, no sé, 50 libras, que entre impuestos, transporte y algo de comer se le iba entero. Una puta miseria. Es algo humillante, te tratan como a la mierda. Le dije que él podía dejar ese puto trabajo y largarse, pero hay otros que tienen que resignarse y dejar que los humillen. Es terrible.
Mencionó antes el fútbol y sé que es seguidor del Manchester United. ¿Sigue con atención este deporte?
Me gusta el United pero adoro ver al Barcelona. Ojalá mi equipo jugara así de bien. Me encanta Neymar, es un futbolista grandioso. De entrenadores me gusta Carlo Ancelotti, nunca entenderé por qué el Real Madrid lo dejó marchar para fichar a Rafa Benítez. ¿Tú lo sabes? No tengo ni puta idea, vaya decisión. También me gustaba Mourinho, era un tipo listo y divertido. No sé qué le ha sucedido últimamente.
El año pasado jugó un colombiano en el Manchester United: el delantero Radamel Falcao.
¡Es verdad, Falcao, me había olvidado de él! Dios mío, qué malo era. A final de temporada se fue al Chelsea y ahora es todavía peor. ¿Por qué es tan malo, lo sabes tú? Sé que tuvo una lesión dura, pero parece que no ha llegado a recuperarse. Falcao no vale absolutamente para nada, parece que solo tiene una pierna y que no puede ni andar. Me da hasta un poco de pena.
Siendo usted de Londres, ¿por qué no es de un equipo de la capital como Chelsea, Arsenal, Tottenham, QPR o West Ham United?
Cuando era pequeño me encantaba el fútbol, pero luego fui poco a poco perdiendo interés. Hasta que en 1992 el United fichó a Eric Cantona del Leeds United. ¿Te acuerdas? Era un jugador diferente, me fascinó. Veía el fútbol solo por él, y al final, poco a poco, empecé a apoyar nuevamente al United.
¿Apoya también a la selección inglesa?
¡No, jamás! Nunca la he apoyado y nunca lo haré. Mis hijos no consiguen entender el porqué, pero es así. No se me ocurre nada peor que ver a esos tipos corriendo sin sentido por el campo. ¡Qué vergüenza, Dios mío! Si tengo que ver fútbol internacional veo a España. Me gusta el fútbol, el buen fútbol.
JORGE PERIS
REVISTA BOCAS EDICIÓN 48 - DICIEMBRE 2015
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