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  • Foto del escritorJorge Peris

El mejor trago del Once

Conocida por sus atardeceres, Manizales amaneció hace 15 años con un sueño hecho realidad: el equipo de la ciudad era campeón de América. Crónica para la Revista Panenka del sorpresivo triunfo del conjunto colombiano.


Mi suegro suele decir que la gente conoce la ciudad de Manizales por tres cosas: sus atardeceres, su ron y por el Once Caldas. “Hermano, es así: Pablo Neruda ya habló de nuestros famosos atardeceres; el ron es buenísimo, usted lo ha probado; y nuestro querido Once… ¿qué decir de él? Vivió tiempos mejores, pero somos uno de los pocos equipos que puede presumir de ser campeón de la Copa Libertadores de América”, afirma habitualmente el bueno de Diego, siempre, o casi siempre, con un vasito bien cargado de ron Viejo de Caldas en la mano.


No le falta razón a mi suegro. Los manizalitas presumen, orgullosos, de sus hermosas puestas de sol -Neruda llegó a decir que la ciudad era una “fábrica de atardeceres”- y de su exquisito trago, aunque ya no se vanaglorian tanto del equipo de la tierra. No obstante, el Once Caldas sigue siendo el conjunto al que animan todos (en Manizales, a diferencia de en ciudades como Bogotá, Medellín o Cali, sólo hay un club de fútbol y no dos), pero desde hace tiempo ha dejado de ser un motivo de orgullo.


Los aficionados más incondicionales y las barras bravas -los ultras del ‘blanco blanco’ son conocidos como Holocausto Norte- acuden puntuales a su cita en el estadio Palogrande cada dos semanas, pero los seguidores más veteranos, esos que el 1 de julio de 2004 vieron, lloraron y festejaron como nunca la sorpresiva victoria en la final de la Libertadores sobre Boca Juniors, como mi estimado suegro, ven ahora al Once Caldas como un hobby secundario, una distracción algo menos importante.


Mucho ha llovido desde ese primero de julio de hace ya 15 años. Ese día, el modesto Once, un equipo prácticamente desconocido a nivel internacional, logró una de las mayores gestas que se recuerdan en el balompié sudamericano: bajo la dirección del profe Luis Fernando Montoya y con el liderazgo sobre el verde del guardameta Juan Carlos Henao, el conjunto manizalita tocó el cielo futbolístico en el Palogrande tras deshacerse en penales de Boca, el vigente campeón del torneo y el equipo considerado por todos como el rival a batir, y levantó su primera y única Copa Libertadores hasta la fecha.


En ese momento, con sólo dos ligas de Colombia en su haber y tres participaciones en la máxima competición continental a sus espaldas (en la primera de ellas, curiosamente, el delantero Edwin Congo se ganó el traspaso al Real Madrid tras anotar un doblete ante River Plate y brillar en la fase de grupos), el equipo de Montoya llegaba al torneo, en palabras del propio profe, con el objetivo nada ambicioso de superar la fase de grupos y jugar, si les acompañaba el juego y la suerte, la segunda ronda.



Los 180 minutos de la final, con más emoción que fútbol, todo hay que decirlo, concluyeron con sendos empates: 0-0 en la ida en La Bombonera y 1-1 en la vuelta en Palogrande, por lo que el título de ‘Rey de América’ se decidió en los penales. Ahí apareció la figura de Juan Carlos Henao, encumbrado desde ese momento al Olimpo manizalita. El arquero se hizo gigante desde la línea de cal y detuvo dos de los cuatro lanzamientos del rival; a Alfredo Cascini y, sobre todo, el último, a Franco Cangele. Tampoco ayudaron a la causa ‘Xeneize’ Rolando Schiavi -su disparo se fue a las nubes- y Nicolás Burdisso -al travesaño-: en total, cuatro lanzamientos y cero aciertos de los argentinos desde el punto fatídico.


También acusó los nervios el Once, sabedor que estaba ante una oportunidad histórica, y también marró lanzamientos, aunque no tantos, claro está, como la visita: Elkin ‘El sultán’ Soto y Jorge Agudelo, quien poco después del triunfo dio positivo por cocaína en un control antidopaje, vieron portería; mientras que Arnulfo Valentierra y Wilmer Obregón se toparon con el portero Roberto ‘El pato’ Abbondanzieri. En conclusión, dos aciertos del Once por ninguno de Boca, y la Libertadores se quedó en Colombia, en Manizales más concretamente.


VIÁFARA, EL PROFE...


La final, pese su parquedad en lo futbolístico, dejó varios momentos que han quedado indelebles en la memoria de los aficionados al balompié: uno de ellos, quizá el más recordado, fue cuando Bianchi, nada más pitar el árbitro el final del partido, consoló a sus jugadores sobre el césped y se los llevó, raudo, al vestuario, sin esperar a la entrega protocolaria de medallas. “No sabía que al segundo le daban medallas… como es la primera vez que perdemos”, dijo ‘El virrey’ poco después caldeando todavía más el ambiente.


Otro momento reseñable, aunque quizá menos conocido, llegó en el encuentro de ida, pasada la media hora inicial, cuando el excéntrico centrocampista colombiano Jhon Viáfara, ante la negativa de su técnico de permitirle abandonar temporalmente el verde para ir al baño, “hizo de cuerpo”, como lo recordó más tarde su compañero Arnulfo Valentierra, en pleno césped de La Bombonera.


Anécdotas aparte, el Once Caldas resistió la embestida ante Boca, dio la campanada y acabó conquistando por penaltis la Libertadores; y la ciudad de Manizales, de apenas 400.000 habitantes, se convirtió por un día en la capital futbolística de América.


“Para el Once, para la ciudad y para el país fue un logro importantísimo”, cuenta Henao, el héroe de esa final, a Panenka. “Éramos un equipo pequeño, con jugadores que no eran conocidos a nivel internacional, y nos llevamos la Libertadores ante uno de los mejores de América: eso hizo que nos empezaran a mirar diferente”, explica el arquero.


Después de haber intercambiado varios mensajes de WhatsApp con él, finalmente Henao me atiende un martes de agosto a última hora de la tarde. Me cuenta que en los últimos días ha estado muy ocupado con los desplazamientos del equipo -es el entrenador de porteros del Once-, pero que ya, por fin, está en su casa, en la zona de Palermo, al este de Manizales, curiosamente, no muy lejos de donde vive mi suegro, y que tiene tiempo para charlar unos minutos: Tranquilo, hermano, hay tiempo”, dice con un marcado acento paisa. “Nunca soñé con ganar la Libertadores. Vengo de un barrio humilde de Medellín, de Manrique, y no teníamos plata para pasajes, guayos, ni guantes. A punta de trabajo, y con la ayuda de la familia, fui escalando en el fútbol y llegué al Once, el club que ha sido mi vida, mi casa, mi todo. Ganar este título era algo que no se me había pasado por la mente y fue algo increíble”, subraya.


"Éramos un equipo 'chico', sin jugadores conocidos", dice Henao

La sonada victoria del ‘blanco blanco’, sin embargo, no supuso, como muchos esperaban, un punto de inflexión en el club, que ahora, 15 años más tarde, pelea por objetivos mucho más modestos. Poco o nada queda de ese equipo histórico; apenas el recuerdo de un pasado que fue, sin duda, mucho mejor que el presente actual y que el futuro que viene.


A pesar de haber colgado las botas en noviembre de 2016, Henao sigue muy ligado al Once, el club que considera su casa. El ahora entrenador de porteros del ‘blanco blanco’ insta a los aficionados a “soñar y creer”, aunque sabe que lograr una gesta similar a la de 2004 se antoja tremendamente complicado: “Nunca nadie se imaginó ganar un título de esa magnitud, y ahora la gente lo dimensiona mucho más y se da cuenta que lo que hizo un equipo ‘chico’ como el nuestro fue muy difícil. Eso sí, nunca hay que dejar de soñar, de creer y de trabajar. Creo que vamos por el buen camino y esperamos que nos siga acompañando la gente; necesitamos que nos arropen para poder soñar con tener la posibilidad de volver a ganar”, me cuenta con un tono que busca sonar ligeramente optimista.


Tres lustros después de aquello, el Once Caldas sigue siendo uno de los dos conjuntos colombianos que luce, orgulloso, la Copa Libertadores en sus vitrinas, junto con Atlético Nacional, pero los objetivos actuales de los manizalitas son muy diferentes de los de los ‘verdolagas’: el Once está enfrascado en otras batallas menos pudientes; la primera y más importante: luchar por evitar el descenso, y, ya si les acompaña la suerte, entrar de vez en cuando en los ‘play-off’ por el título.


También es diferente el presente de algunos de los integrantes de esa quinta histórica de 2004. Los casos más llamativos son los del centrocampista Jhon Viáfara, exjugador de Portsmouth, Real Sociedad y Southampton, entre otros, y autor del vital gol manizalita -con excremento sobre el césped incluido- en La Bombonera, y del profe Luis Fernando Montoya, el arquitecto de ese triunfo histórico.


Viáfara, quien en octubre cumple 42 años, pasa sus últimos días en Colombia; concretamente encerrado en la cárcel de La Picota, en Bogotá, donde espera que finalice su proceso de extradición a Estados Unidos. Capturado el pasado mes de marzo en la ciudad de Cali, el antiguo internacional ‘cafetero’ es acusado por la DEA de formar parte de una red de narcotraficantes que enviaba cocaína a EE.UU. y que tiene vínculos con el temido Clan del Golfo.



El caso de Montoya es bastante más dramático; al profe la vida se le torció por estar en el lugar equivocado en el momento erróneo. El 22 de diciembre de 2004, diez días después de caer por penaltis con el Oporto en la final de la Copa Intercontinental, en Japón, el técnico, que había regresado a la localidad de Caldas (Antioquia) a pasar la Navidad en familia, recibió, al salir a defender a su esposa de un atraco, dos balazos que le afectaron gravemente la médula espinal y lo dejaron cuadripléjico, además de quitarle la autonomía para respirar.


“He ido evolucionando muy lentamente, pero, poco a poco, vamos saliendo. Esto es muy difícil, amigo”, me cuenta Montoya al otro lado del teléfono. “Lamentablemente, me tocó esto y hay que saberlo recibir”, dice, resignado, el que hace no mucho fue uno de los entrenadores más cotizados del panorama futbolístico latinoamericano.


Conocido como ‘El campeón de la vida’, Montoya atiende la llamada de Panenka un miércoles por la tarde desde su domicilio en Caldas. Su inseparable mujer, Adriana Herrera, le pasa el auricular y el técnico comienza a relatar, orgulloso, la hazaña de su Once Caldas. Habla con dificultad y hace varias pausas necesarias para respirar, pero se muestra exultante por poder rememorar, tres lustros después, la victoria sobre Boca.


“Fue un antes y un después en la historia del club y de la ciudad. Manizales se dio a conocer en Sudamérica, en Europa y en Japón. Inicialmente no pensábamos en ganar, ya que éramos un equipo de mitad de tabla. No podíamos generar falsas expectativas, y la idea que teníamos era ir poco a poco y lograr resultados que no se hubieran obtenido antes”, cuenta Montoya con voz ligeramente ronca.


Aunque desde el incidente está alejado de los banquillos, el profe sigue muy pendiente del fútbol y de su Once, y se muestra muy crítico con la gestión actual del conjunto manizalita: “Creo que podemos salir de este momento, pero la gente tiene que confiar. Necesitamos directivos, jugadores, gente que piense en el club; gente que piense en llevar al equipo a lo más alto. Ahora veo a la entidad aislada de lo que eran los objetivos anteriores; antes se buscaban títulos internacionales”, comenta Montoya. “El Once Caldas era un equipo antes de la Libertadores y ahora es otro totalmente diferente. Los directivos actuales piensan diferente y buscan el beneficio personal, no el de la institución y de la ciudad. Me gustaría ver a mi equipo compitiendo por todo”, declara el DT.


El sentir de Montoya, una de las voces más autorizadas del Once Caldas (hay un mural en su honor -un retrato suyo junto a una imagen de la Copa Libertadores- pintado por Holocausto Norte en las inmediaciones del Palogrande), es el de muchos aficionados en Manizales, incluido el de mi suegro, que se muestran poco esperanzados por el presente y el futuro más inmediato de un equipo que hace 15 años se convirtió en el ‘Rey de América’.


Mientras tanto, y para que nadie en la ciudad lo olvide, ni los aficionados más veteranos ni los más jóvenes, el coqueto museo del club, situado en la zona de prensa del propio estadio, reúne toda clase de recuerdos de ese histórico 1 de julio de 2004, desde fotografías del partido y de la celebración posterior hasta camisetas firmadas y recortes de la época; todo esto presidido por una réplica del trofeo que hace 15 años ya levantó Henao al cielo de Manizales.


Revista Panenka #89, un homenaje a los pioneros del fútbol.

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